viernes, 10 de abril de 2020

GANADOR DEL II PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA "ATENEO NAVARRO" (España)

II PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA “ATENEO NAVARRO”


Javier Asiáin, Vocal de Literatura y Lingüística y Pedro A. González  Moreno

Entregado el II Premio Internacional de Poesía “Ateneoe Navarro” a su ganador, Pedro A. González Moreno, que lo recibió de manos del Presidente, Javier Torrens.
Reunido en la sede del Ateneo Navarro el Jurado para la apertura de plicas del  II Premio Internacional de Poesía “Ateneo Navarro” y acordaron por unanimidad otorgar el premio a la plica número 455 que corresponde al título Calendario de derrotas y cuyo autor es Pedro A. González Moreno de Calzada de Calatrava (Ciudad Real), licenciado en Filología Hispánica y profesor de Lengua y Literatura, autor de seis libros de poesía. Actualmente reside en Madrid.
El jurado ha valorado especialmente en Calendario de derrotas la perfección formal de un poema envuelto en una atmósfera aparentemente sobrenatural, precedido por una revelación donde la muerte, uno de los grandes temas poéticos de todos los tiempos, se personifica y hace presente en el hogar, pero donde en el transcurso del poema esa muerte, la que sabe todos los nombres, más que inquilina, se convierte en dueña de la casa. Junto con la muerte, que ya estaba antes y con toda seguridad permanecerá después, la presencia en carne viva de la madre del poeta y del poeta en ese hogar no dulcifica una cohabitación que sin prisa y sin piedad, como termina la obra, va tejiendo lentamente un calendario de derrotas.Acta del Jurado

OBRA GANADORA

“CALENDARIO DE DERROTAS”

Fue al abrir las ventanas, una tarde cualquiera,
cuando supimos que el invierno
le había puesto cerco a nuestra casa.
No fue el roce
de la escarcha en los muebles
ni fue la luz, que se enredó de pronto
con un tacto de nieve en las cortinas.

Fue una revelación de que las cosas
no estaban ya en su sitio, en ese orden
callado y minucioso en que tú las dejabas.
Fue, de repente, un ruido como de savia oscura,
algo como un murmullo de erosión, un polen
que envenenaba el aire y que nosotros,
equivocadamente,
creíamos la vida.
Era, madre, que estaba allí la muerte
viviendo en nuestra casa
y conocía nuestros nombres.
Era ella, que cada nuevo invierno
venía a refugiarse en nuestras sábanas
con su traje de frío.
Era que siempre había estado allí,
creciendo a nuestro lado
con su turbia mirada de animal al acecho,
fiel igual que una novia laboriosa y paciente
que no dejaba de tejer,
y nunca
pudimos ver sus ojos ni el color de sus hilos.

Hemos vivido a ciegas lavando cicatrices,
coleccionando sombras en el patio,
o recogiendo cestas
de esperanza y escombros por las habitaciones,
guardando, madre, cada noche
en las orzas el miedo.
Y ella, nunca inquilina sino dueña, estaba
allí ya mucho antes que nosotros.
Fuimos dos carnes solas con las que, día a día,
ella fue, muy despacio, alimentándose.

Hemos vivido como tres extraños
envejeciendo juntos, amándonos o hiriéndonos
a veces sin saberlo, y sin saber que ella
vivía con nosotros,
como una herida que buscara cuerpo,
como una sombra que necesitara
hallar carne habitable

Una carne, la nuestra,
donde ella, la dueña de la casa,
iba, sin prisa y sin piedad, tejiéndonos
su lento calendario
de derrotas.



FUENTE:   



No hay comentarios:

Publicar un comentario