Retratos poéticos de escritoras
Debuta como escritora en 1979, bajo el seudónimo de Natasza Borodin. En 2018, y como guiño a sus comienzos humildes, se puso los pendientes que usaba a menudo durante su época de empleada doméstica al recibir el Premio Booker en Londres a la mejor novela traducida al inglés por 'Los corredores'. Su libro, El viaje de los hombres del libro, fue rechazado inicialmente por varias editoriales que pronto lamentaron no haber creído en esta autora, ya que la novela recibía ese mismo año el Premio de la Asociación Polaca de Editores. Se considera discípula de Carl Jung. En sus novelas se esconden valores tan importantes como el feminismo, el compromiso con la naturaleza y un nuevo punto de vista sobre la relación entre el ser humano y los animales.
Hoy es el día de la peste, de silencios sobresaltados, de sentir años acercarse al desagüe de su propia nada. Hoy es el día de abrir la puerta al mundo paralelo, donde se vive el instante como duración única. Hoy es el día del tiempo incierto. Hoy es el día ideal para medir distancias entre hojas secas, de aquí al otro lado del continente. Hoy es el día de la mucosa, de la saliva insensata. Hoy es el día sin nombre alguno, o quizás el del anciano en la penumbra, o día de lágrimas por los anfibios. Hoy es el día del humo en la olla vacía. Hoy es el día de la ceniza y la indicación sin perspectiva, de la hambruna en la calle fantasmal. Hoy es el día de la vivienda sin construir. Hoy es el día listo para dar albergue a la muerte, junto al arnés de cristal, el mundo se está muriendo y no lo notamos. No vemos que el mundo se está convirtiendo en una colección de cosas e incidentes, una extensión sin vida en la que nos movemos perdidos y solitarios (…) Y en un mundo así somos realmente zombis. Es por eso que anhelo ese otro mundo, el mundo de la tetera. Hoy es el día de la grieta, por donde se desboca el virus. Hoy es el día putrefacto, de estertores pavorosos. Hoy es el día de enclaustrar sombras vagabundas. Hoy es el día, el día, el día… nunca el día cuando se hornean párrafos respecto a la rotación del pan, o la sopa mitológica en el olfato del pordiosero, o el recuerdo del concierto danzarín en el pedrusco. Hoy es el día del agua sobre el bosque artificial, día inmóvil, del Bolero de Ravel en la radio apagada, de la asfixia, de la mano inalcanzable, de espantarle a las almas la podredumbre de sus cadáveres, de abrir el conducto por donde bajen muertos a causa de la época asesina. Hoy es el día apocalíptico, de sustraernos de nosotros mismos, de dejar la mente en blanco y cifrar en el ser su original esencia… me sigo preguntando si en estos días es posible encontrar las bases de una nueva historia que sea universal, integral, inclusiva, arraigada en la naturaleza, llena de contextos y al mismo tiempo comprensible. Hoy es el día de vigilar la garganta, de no decir nada, percibir de lejos el gesto, lanzar sonrisas dos metros antes de la presencia abismal, luego girar la palma de la mano para decir adiós, adiós, adiós…no se sabe hasta cuándo, no se sabe hasta dónde, no se sabe si para siempre, no se sabe si decir adiós. Hoy es el día de dar pasos firmes hacia la pierna amputada, de amoldar efemérides a la memoria tarda. Hoy es el día del ladrido, amo de perros absortos en la fisura del viento. Hoy es el día del equilibrio en el precipicio. Hoy es el día del diente de león en las fauces del cocodrilo hambriento, en la Casa diurna, en la casa nocturna. Hoy es el día del revestimiento donde habita la mujer de los cinco soles, ante el paso de cinco sombras somnolientas. Hoy es el día del siglo y del grito sin eco. Hoy es el día sin pasado. Hoy es el día imposible de ignorar. Hoy es el día de la historia al revés. Hoy es el día sin timón, vivimos en un mundo fragmentado, saltamos de una realidad a otra, como quien abre ventanas del ordenador. Hoy es el día del desconocido llanto. Hoy es el día para partirle sus tinieblas. Hoy es el día deshabitado. Hoy es el día del impulso hacia otro caminar. Hoy es el día del salto, mientras duele el rocío de sangre en las gallinas degolladas. Hoy es el día del hacha, de la víscera del tiempo en mil pedazos. Hoy es el día de las tumbas frescas, del tufillo a yerbamarga, del Dios sordo, de la oración semejante a moneda falsa. Hoy es el día sin similitud a día alguno. Hoy es el día con hiel disuelta en la hogaza de temporadas remotas. Hoy es el día de días incógnitos… Hoy es el día de la creación bamboleando en la punta de un alfiler. Hoy es el día para recordar el día de pensamientos entrelazados, de pasos firmes, de sufrimientos inhumanos, sin embargo era el día a día de la esperanza. Hoy el día, desgarra, duele, acribilla. Hoy es el día no igual a la tarde cuando las horas eran colcha de retazos, la punta escondida del lápiz, saltos y balones. Hoy es el día, sí… nunca se esperaba. Hoy es el día… Otros objetos rotos recogieron su melodía y contaron historias verdaderamente épicas de sus pequeñas y modestas vidas como objetos.
Clarice Lispector
(Brasil, 1920 – 1977)
La biografía de una de las grandes escritoras de Latinoamérica, convierte a la brasileña en heredera de Kafka y desentraña los mitos que rodean su obra de resonancia universal, como cuenta Benjamín Moser, en el libro Por qué este mundo, sobre Clarice Lispector. Según el traductor Gregory Rabassa recordó haberse “quedado atónito al conocer esa persona extraña que se parecía a Marlene Dietrich y escribía como Virginia Woolf”. Autora de Cerca del corazón salvaje, Aprendizaje o el libro de los placeres, La manzana en la oscuridad y La hora de la estrella, entre muchos otros libros. Cuando murió, el poeta Drummond de Andrade escribió: Clarice procedía de un misterio y regresó a otro.
Hoy tengo un lenguaje de desafío, de devorar la presencia, de sangre fatal, de captar la cuarta dimensión del instante, de palpitar incierto, de agua desolada, de grifo cerrado al mundo, de anhelos y plumas en el estanque. Hoy mi lenguaje se va entre el hocico, para luego verlo aullar en el bosque, hasta tropezar con la abuela cuando se dirigía a casa de su nieta, donde se cocinaba rugido de tigre, trinos de espantapájaros y aullido de zorro. Hoy voy a conciliar la palabra, con mi caminar desprevenido. Hoy el vocablo está sombreado de abismo, donde el incienso aproxima lo indecible de la noche. Hoy vierto el río en el aluminio, donde se escuchan gritos de auxilio, caudal que arrasó con los habitantes del pueblo. Hoy mi palpitar coincide con el paso, seguido por huellas fantasmales. Hoy me siento culpable de haber nacido, de mirar a la anciana cubierta con la noche helada. Me siento culpable de la sombrilla, del sol y el arado. Me siento culpable de creer en la rama y no en el fruto del sudor de cada día. Me siento culpable por aquellos que nacieron, para ser condenados por la verbena a olfatear la rutina de nada en su mesa. Me siento culpable de cuanto no sucede. Me siento culpable del aire que me deja fisgonear el danzar de la penumbra. Me siento culpable del olfateo de fantasmas. Me siento culpable de la luz desprendida del vientre de mi madre, hasta la ulterior sombra de mi sangre. Me siento culpable de mis huesos, de mi carnalidad que han de hospedarse en el sitial de los gusanos. Hoy acontece una mudez escalofriante, algo sucede, son los intrusos, nadie quiere hablar de los intrusos. Llegan y se van sin dejarse ver. No son fantasmas. No son espíritus malignos, no obstante los intrusos existen aunque nadie lo quiera comprobar. Ellos son los dueños, de la casa abandonada. Ninguno quiere conversar sobre los intrusos. Las casas de vez en cuando salen de la niebla, y detrás de ellas los intrusos. Intrusos que dejan huellas malolientes. Los intrusos. Siempre los intrusos. Los intrusos. Los intrusos llenan sus cabezas de pájaros, aves que madrugan a permear los aleros con silencios extraños, como los intrusos. Los intrusos son seres invisibles, entre las sombras de los gatos, que maúllan desde el tejado frente al sol. Los intrusos llevan entrañas de nuestras entrañas, merodean sin reconocernos desde allá del otro lado. Los intrusos. Siempre los intrusos que somos. Hoy soy tan misteriosa que ni yo misma me entiendo. Camino por un atajo hasta observar un lugar tranquilo, reflexiono y siento que este es el pueblo de la muerte, sus habitantes no tienen amarguras son serenos, sus miradas brotan de agujeros ásperos, se les observa sin prisa, cada paso por darse lo consultan con el oráculo, desconfían de la aurora, sus memorias olfatean alguna sopa vinagrosa, un pan descompuesto, una carne putrefacta, se regocijan. Se dirigen a la mesa de la longitud del universo, donde se observan otros comensales, cuando vociferan la noche de la noche. En esta comarca hay un resquicio, por donde se vigilan algunos visitantes. Los pobladores de este territorio temen, porque pueden llegar a ser aplastados por la indiferencia de esas vidas. Hoy profano el brillo de la época imposible y entonces se escuchan los grillos mojados. La luz del miligramo no altera la oscuridad. Pues la oscuridad no es iluminable, la oscuridad es un modo de ser: la oscuridad es el nudo vital de la oscuridad, y nunca se toca en el nudo vital de una cosa. Hoy el universo gira alrededor de la hormiga, el viento y la hoja hacen un pacto de quietud. El viento se forja en hoja, la hoja se vitaliza de viento, vertebra en el aire olor a polvo estancado. Hoy quiero decir la mañana y el éxtasis compenetrándose en el punto más oblicuo del ventanal. Hoy giro alrededor de la silla de polillas. Hoy me entrego al oficio de extraer del estanque mi propia mirada. Hoy hay muchas cosas por decir que no sé cómo decir. Me faltan las palabras. Pero me niego a inventar otras nuevas. Las que ya existen deben decir o que se consigue decir y lo que está prohibido. Y lo que está prohibido lo adivino. Si hubiese fuerza. Más allá del pensamiento no hay palabras: se es. Mi pintura no tiene palabras: está más allá del pensamiento. En ese terreno del se es soy puro éxtasis cristalino. Se es. Me soy. Tú te eres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario