Cuarentena por coronavirus: conocé a Sharon Olds, la poeta de las cosas íntimas
La autora es una de las voces más destacadas de la poesía estadounidense contemporánea.
Los vínculos familiares, el erotismo y la vida hogareña son ejes rectores de su obra.
Por qué lo recomendamos: el desencanto de la familia, la orfandad de la maternidad, la cadencia del erotismo y la decadencia de la vejez son algunos de los temas que inspiran los poemas de esta autora. La materia de este mundo es una antología que recorre buena parte de la obra de la poeta norteamericana, nacida en San Francisco en 1942.
“El asunto es escribir lo que uno piensa realmente”, ha dicho ella, autora de once títulos, en su intento por apartarse de los lugares comunes y la pretensión de la academia para transmutar sus vivencias cotidianas y familiares en poemas de una síntesis descarnada. “Todo ese deseo de parecer normal en la vida ordinaria, todo ese esfuerzo por encajar, se desarma frente a nuestro propio ser desconocido en la página".
Los versos de Sharon Olds (San Francisco, 1942; Premio Pulitzer de Poesía en 2013) impactan en el lector con la potencia de las revelaciones. Su poética tiene origen en el cuerpo, porque es allí donde las vivencias imprimen su marca, no siempre visible: el desencanto de la familia, la orfandad de la maternidad, la cadencia del erotismo y la decadencia de la vejez, su lugar de hija, el fastidio o la maldad. Todo está dicho en La materia de este mundo, la primera antología de su obra publicada en el país y que abarca varios de sus libros.
Las que presenta aquí, como señala marcó Victoria Schcolnik, en el prólogo, son “escenas cotidianas, momentos del día en donde se desata, de forma imperceptible, la violencia”.
“Me interesa la vida de todos los días –define Olds, que desde hace años imparte clases de creación literaria en la Universidad de Nueva York–. No le pido a un poema que lleve un montón de piedras en los bolsillos”. A veces la poesía funciona como la última forma para decir con crudeza quiénes somos.
Dos poemas de la autora
UN TIEMPO DE PASIÓN
Después entramos en un tiempo de pasión tan extrema que era casi calma, el cuerpo duplicaba lo que quería soportar. La angustia y el placer jugaban una con otro. Nos salíamos de lo que yo había pensado era el camino, y volvíamos fácilmente.
Y todo se hacía bajo una luz tranquila, como si nuestros sueños infantiles se hubieran despertado, el antiguo equilibrio de poderes desnudo en el cuarto, el chasquido ocasional de una palmada cargada de lujuria dulce y extrema. Cuando me oía a mí misma pidiendo cosas, mi susurro grave era como el siseo de alguna otra criatura. El sexo había sido como música, alto y brillante como la luna, azúcar como la leche que había saltado en un pequeño arco desde el pecho. Había parecido que estábamos desatados como el fuego puede desatarse de la tierra, o el aire del agua, que éramos flores que las estaciones abrían y cerraban, habíamos sido interpretados. Ahora éramos dos personas, jugando la una con la otra, como si no hubiera habido nada sagrado. Ahora, entraban la voluntad, el abandono del cielo, y extremos de emoción que yo no había sabido que existieran fuera de las habitaciones donde las personas se lastiman unas a otras.
Nos amábamos. Nuestro nido había estado vacío por unos años ya. Encerrados juntos, o un dedo de uno tocando un pezón del otro, volábamos de cabeza hacia la tierra y salíamos de ella, como ensayando.
Nunca se me cruzó la idea de que él ya no me amara, de que hubiéramos dejado el reino del amor.
MÁS VIEJA
Más vieja Cuanto más vieja me pongo, más me siento casi hermosa- no mi cara, una cara común, puritana, sino mi cuerpo. Y tendré cincuenta, pronto, mi cuerpo se marchita, huesudo, y me gusta su rugosidad plateada, la piel que se afina, la superficie de un lago rizada por el viento, un espectro arrugado, un pliegue de humo. Sin embargo cuando miro hacia abajo puedo ver, a veces, cosas que, si las viera una mujer joven, la harían gritar como en una película de terror, quedo convertida en bruja en un instante—si me inclino lo suficiente, puedo ver la piel fina de mi estómago frunciéndose y colgando en pequeños picos, como yeso fresco.
Y sin embargo puedo imaginarme a los ochenta, hecha enteramente, por fuera, de eso, y haciendo el amor con la misma dignidad animal, el túnel todavía igual al interior de una bráctea color frambuesa.
De pronto me veo joven a mí misma al lado de esa octogenaria, me veo como su hija, mi carne suelta y drapeada muestra los ángulos largos de estos extraños huesos como las manijas de utensilios de cocina hechos en el cielo.
Cuando era más joven, me veía a mí misma, a veces, como el tosco dibujo de una hembra— los pechos, el destello de las caderas de los años 40— pero este grisáceo ser abollado es confortable como una vieja prenda favorita, es casi amable, ahora, para mí. Por supuesto, es el amor de él el que estoy viendo, el trabajo de su pulgar sobre este centavo de la suerte —cinco veces cinco años en su bolsillo. Quizás aún si me muriera, él no me vería fea.
A veces, ahora, bailo como humo chato sobre una chimenea.
A veces, ahora, creo que vivo en el lugar donde se hace la bebida solemne, salvaje de acabar, no estoy todo el día acabando, pero vivo todo el día en el lugar donde eso se hace.
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