Narrativas de las pandemias, de la Ilíada al coronavirus/ 'La Semanal'
"El triunfo de la Muerte", Pieter Brueghel el Viejo, 1562
La literatura resulta esencial para comprender la percepción de las plagas y pandemias desde la "Ilíada". En este ensayo también se abordan textos de Giovanni Boccaccio, Daniel Defoe, Mary Shelley, Edgar Allan Poe, Albert Camus, Jean Giono, Gabriel García Márquez, José Saramago, Stephen King y Dean R. Koontz sobre las enfermedades que se extienden a múltiples territorios y que atacan a muchos habitantes de diversas poblaciones.
Narrativas que rodean la propagación de los virus
La literatura tiene un papel fundamental en la formulación de respuestas a las interrogantes generadas por la pandemia del Covid-19. A lo largo de la historia de la literatura occidental los textos sobre pandemias han ofrecido maneras de procesar la conmoción y realizar comentarios sobre cómo respondemos los seres humanos a las crisis epidemiológicas.
En el ensayo “Pandemics from Homer to Stephen King: what we can learn from literary history” (“Pandemias de Homero a Stephen King: lo que podemos aprender de la historia literaria”) Chelsea Haith –investigadora de la Universidad de Oxford– afirma que la tesis previa opera en las narrativas que rodean la propagación del virus que actualmente asola al mundo entero.
La literatura occidental comienza con una plaga: la Ilíada da cuenta de ello. Los textos sobre pandemias ofrecen diversas perspectivas sobre la enfermedad que se extiende a múltiples territorios y que ataca a muchos de los habitantes de las diversas poblaciones, afirma Haith.
Una plaga para castigar a los griegos
La Ilíada, de Homero, dice la clasicista de Cambridge Mary Beard, comienza con una plaga que arrasó el campamento griego en Troya para castigarlos por la esclavización de Criseida por parte de Agamenón, recuerda Chelsea Haith. El académico estadunidense Daniel r. Blickman argumentó que el drama de Agamenón y la disputa de Aquiles “no deberían cegarnos ante el papel de la plaga para establecer el tono de lo que sigue y, más importante, para proporcionar un patrón ético que se encuentre cerca del corazón de la historia”.
La Ilíada, dice la investigadora de la Universidad de Oxford, presenta un dispositivo de narración del desastre que surge de un comportamiento mal juzgado por parte de todos los personajes involucrados.
La Peste Negra y el aislamiento
Haith aborda el Decamerón (1353) de Giovanni Boccaccio: ambientado durante la Peste Negra, revela el papel vital de la narración en tiempos de desastre. Diez personas se aíslan en una villa a las afueras de Florencia durante dos semanas en el período de la Peste Negra. En el curso de su aislamiento, los personajes se turnan para contar historias de moralidad, amor, política sexual, comercio y poder.
En esta colección de textos la narración de historias funciona como un método para discutir las estructuras sociales y la interacción humana en el siglo XIV. Las historias ofrecen a los oyentes (y a los lectores de Boccaccio) formas de reestructurar sus vidas cotidianas, que se han suspendido debido a la epidemia.
La calamidad de la peste
En Diario del año de la peste (1722) Daniel Defoe narra con rigor los terribles acontecimientos que coincidieron con la epidemia de peste que asoló Londres y sus alrededores entre 1664 y 1666.
Defoe se convierte en testigo de comportamientos heroicos pero también de la mezquindad: “Siervos que cuidan abnegadamente de sus amos, padres que abandonan a sus hijos infectados, casas tapiadas con los enfermos dentro, ricos huyendo a sus casas de campo y extendiendo la epidemia allende las murallas de la ciudad.” Diario del año de la peste oscila entre lo emotivo y lo aterrador. Defoe evoca, “mediante el artificio del diario de un testigo de ese acontecimiento”, la calamidad de la peste. El escritor relató:
En esa época yo tenía un hermano mayor en Londres, que había venido unos pocos años antes de Portugal; cuando le consulté, me respondió en pocas palabras, las mismas que fueron pronunciadas en un caso bastante distinto: “Maestro, sálvate a ti mismo.” En una palabra, era partidario de que me fuese al campo, cosa que él había resuelto hacer con su familia; me dijo lo que, según parece, había oído decir en el extranjero, de que la mejor manera de prepararse contra la peste era huir de ella. Refutó mis argumentos de que perdería mi comercio, mis bienes o mis deudas.
Respuestas institucionales a la plaga
La normalidad de la vida cotidiana es el foco de la novela apocalíptica de Mary Shelley, El último hombre (1826), sostiene la investigadora de la Universidad de Oxford. Ambientada en una Gran Bretaña futurista entre los años 2070 y 2100, la novela detalla la vida de Lionel Verney, quien se convierte en el “último hombre” después de una devastadora plaga mundial.
La novela de Shelley se basa en el valor de la amistad y concluye con Verney acompañado en sus andanzas por un perro pastor (un recordatorio de que las mascotas pueden ser una fuente de consuelo y estabilidad en tiempos de crisis). La novela es particularmente mordaz en el tema de las respuestas institucionales a la plaga. Satiriza el utopismo revolucionario y la lucha interna que estalla entre los grupos sobrevivientes, antes de que éstos también sucumban, revela Chelsea Haith.
Fracaso de las autoridades ante el desastre
El cuento de Edgar Allan Poe “La máscara de la Muerte Roja” (1842) –en el que ahonda Haith– también describe los fracasos de las figuras de autoridad para responder de manera adecuada a tal desastre. La Muerte Roja causa sangrado fatal por los poros. En respuesta, el príncipe Próspero reúne a mil cortesanos en una lujosa abadía apartada y cierra las puertas: “El mundo exterior podía cuidar de sí mismo. Al mismo tiempo era locura apesadumbrarse o pensar en ello. El príncipe había previsto todas las formas de placer. Había bufones, trovadores, bailarines de ballet, músicos, vino y belleza. Todo esto y la salvación se hallaban dentro. Fuera quedaba la ‘Muerte Roja’.”
Poe detalla las festividades suntuosas que concluyen con la llegada incorpórea de la Muerte Roja como un invitado humano en el baile. La plaga personificada le quita la vida al príncipe y luego la de sus cortesanos: “Y entonces se reconoció la presencia de la Muerte Roja. Había entrado de noche como un ladrón. Y uno a uno se desplomaron en los salones regados de sangre los disipados cortesanos, muriendo todos en la postura desesperada de su caída. Y la vida del reloj de ébano terminó con la del último de la alegre partida. Y el fuego de los trípodes se extinguió. Y la Oscuridad y la Ruina y la Muerte Roja conservaron dominio ilimitado sobre todo el reino.”
El aislamiento como medida
En el siglo XX La peste (1942), de Albert Camus, es un ejemplo genial de las pandemias en la literatura. Haith asevera que el aislamiento en la novela de Camus crea una conciencia ansiosa del valor del contacto humano y las relaciones entre los habitantes de la ciudad argelina de Orán, azotada por la peste. Subrayé en el libro de Camus:
La muerte del portero, puede decirse, marcó el fin de este período lleno de signos desconcertantes y el comienzo de otro, relativamente más difícil, en el que la sorpresa de los primeros tiempos se transformó poco a poco en pánico. Nuestros conciudadanos, ahora se daban cuenta, no habían pensado nunca que nuestra ciudad pudiera ser un lugar particularmente indicado para que las ratas saliesen a morir al sol ni para que los porteros perecieran de enfermedades extrañas. Desde ese punto de vista, en suma, estaban en un error y sus ideas exigían ser revisadas. Si todo hubiera quedado en eso, las costumbres habrían seguido prevaleciendo. Pero otros entre nuestros conciudadanos, y que no eran precisamente porteros ni pobres, tuvieron que seguir la ruta que había abierto Michel. Fue a partir de ese momento cuando el miedo, y con él la reflexión, empezaron.
Camino de huida de la peste
Jean Giono narró en El húsar en el tejado (1951) la historia de Angelo Pardi, aristócrata piamontés y coronel de húsares que se exilió en Francia debido a un duelo. Realiza el viaje de vuelta a su patria, pero al llegar a la Provenza la región es sacudida por una epidemia de cólera y los viajeros son inmovilizados y puestos en cuarentena. La extraordinaria crítica barcelonesa Mercedes Monmany escribió en Don Quijote en los Cárpatos:
El húsar en el tejado inauguró, en 1951, para su autor, el perseguido Giono (1895-1970), una época de negrura y pesimismo, justo a la vuelta del Mal supremo, la guerra, con todo su rosario previsible de traiciones y miserias saliendo por los poros de cada rincón y de cada hogar liberado. Menos paisajista y pastoral que en su pasado, este “segundo” Giono inició una serie histórica, protagonizada por el coronel de húsares Angelo Pardi, figura inspirada en su abuelo carbonario y piamontés. Finalmente, la serie sólo estaría integrada por cuatro novelas de las diez proyectadas en un principio. La primera de estas novelas, realmente impactante y de una belleza cruel, oscura y casi medieval, relataría de una forma inolvidable y subjetiva, a través de los propios y aterrados ojos del protagonista, las más apocalípticas andanzas de un héroe de factura clásica, el húsar y desertor Angelo Pardi, que a la búsqueda de las más difíciles pruebas iniciáticas y purificadoras recorrería en un viaje alucinado y mortal, plagado de cadáveres ocasionados por la epidemia de cólera de 1830 en la Provenza, un tortuoso camino, azuzado por mil zozobras interiores y otras tantas “deformaciones” exteriores. Especie de paseo por el amor y la muerte, absolutamente “blanco”, de una castidad total y trovadoresca, este largo camino de huida de la peste, de sus acusadores y también de las confabulaciones políticas del norte de Italia, estaría dominado al final por la presencia de otra heroína o contrapunto femenino stendhaliano, la valiente y tenaz Paulina de Théus.
Evitar el contagio
En El amor en los tiempos del cólera (1985) evitar el contagio se transformó en un deber. Gabriel García Márquez lo narra:
Pero ese mismo día encontraron otro que estaba cargando ganado para Jamaica, y éste informó que el buque con la bandera de la peste llevaba dos enfermos de cólera, y que la epidemia estaba haciendo estragos en el trayecto del río que aún les faltaba por navegar. Entonces se prohibió a los pasajeros abandonar el buque no sólo en los puertos siguientes, sino aun en los lugares despoblados donde arrimaba a cargar leña. De modo que el resto del viaje hasta el puerto final, que duró otros seis días, los pasajeros contrajeron hábitos carcelarios.
La epidemia es uno de los puntos cardinales de la historia de Fermina Daza y Florentino Ariza.
La voluntad de sobrevivir
José Saramago reflexionó sobre la solidaridad en Ensayo sobre la ceguera (1995), libro en el que un hombre ante un semáforo en rojo se queda ciego de manera súbita. “Es el primer caso de una ‘ceguera blanca’ que se expande de manera fulminante.” Perdidos en la ciudad o internados en cuarentena, los ciegos se aferran a la voluntad de sobrevivir. Saramago escribió:
La lógica y la eficacia mandaban que su participación de lo que estaba ocurriendo se hiciera directamente, comunicándolo lo antes posible a un alto cargo responsable del ministerio de Sanidad, pero no tardó en cambiar de idea cuando se dio cuenta de que presentarse sólo como un médico que tenía una información importante y urgente que comunicar no era suficiente para convencer al funcionario medio con quien, por fin, después de muchos ruegos, la telefonista condescendió a ponerlo en contacto. El hombre quiso saber de qué se trataba, antes de pasarlo a su superior inmediato, y estaba claro que cualquier médico con sentido de la responsabilidad no iba a ponerse a anunciar la aparición de una epidemia de ceguera al primer subalterno que se le pusiera delante, el pánico sería inmediato.
Un virus gripal creado artificialmente
En Apocalipsis (1978) Stephen King escribió sobre un virus gripal creado artificialmente como una posible arma bacteriológica llamada Proyecto Azul. Al filtrarse de una base militar se produce un pandemónium, “capital imaginaria del reino infernal”: muere el noventa por ciento de la población estadunidense.
“En 1969 King había publicado en la revista universitaria Ubris el cuento ‘Marejada nocturna’, protagonizado por un grupo de adolescentes, supervivientes de una epidemia que ha diezmado la población, que vagan por una playa y comienzan a presentar síntomas de contagio del virus. Este fue el primer acercamiento de King a Apocalipsis, su novela más ambiciosa hasta aquel momento”, escribió el autor argentino Ariel Bosi.
El origen de la novela está en una nota periodística, afirmó Bosi: “a principios de 1975, tras leer una noticia sobre la fuga de un virus de un laboratorio en Salt Lake City que tuvo como consecuencia la muerte de sólo algunas ovejas gracias a que el viento no soplaba en dirección a la ciudad, a Stephen King empezó a tentarle la idea de escribir una historia sobre una epidemia que acababa con la población. Sin embargo, ésta se convirtió, en palabras del autor, en su ‘propio Vietnam, porque me decía a mí mismo que en las siguientes cien páginas ya comenzaría a ver la luz al final del túnel’.”
King declaró en Twitter que el Covid-19 ciertamente no es tan grave como su pandemia ficticia, instando al público a tomar precauciones razonables.
Cuando la ficción coincide con la realidad
El autor de libros de suspenso y ciencia ficcion Dean R. Koontz relató en Los ojos de la oscuridad (1981) la irrupción de una pandemia en el siglo XXI. Hace casi cuarenta años publicó el libro en el que se lee:
“Para entender esto”, dijo Dombey, “debes retroceder 20 meses.” Fue por entonces cuando un científico chino llamado Li Chen escapó a Estados Unidos llevando consigo un diskette con información sobre el arma biológica más importante y peligrosa en una década. Lo llaman Wuhan-400 porque se desarrolló en sus laboratorios de adn en las afueras de la ciudad de Wuhan y fue la número 400 de las cepas viables de microorganismos producidos por el hombre creados en ese centro de investigación.
Wuhan –epicentro en China de la pandemia que doblega al mundo– resulta una interesante coincidencia entre la ficción y la realidad. Afortunadamente el Covid-19 no es “un arma perfecta” como pretendió Koontz con el virus ficticio “Wuhan-400.”
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