“EDITORIAL CIRCULO ROJO”
“DESDE MI ATAÚD”
Alguien me dijo que la soledad se esconde tras mis ojos. No recuerdo si fue una gitana de esas callejeras que leen la mano. O tal vez sería que lo leí en el horóscopo de un periódico cualquiera abandonado a su suerte. No recuerdo, en fin no importa.
He deseado entender lo que sucedió. Te explico: hace mucho tiempo disfruté de una vida placentera. ¿¡Qué!? ¿Por qué quiero contarte esto?…Jajajaja. Creo que te hubieras entusiasmado como yo con esta existencia; sobre todo, si nacieras en una tierra de tristeza y miseria. ¿Sabes? Quería comerme el mundo sin importar a qué precio; un precio casi siempre demasiado caro…
Un perfecto día de primavera desperté con el canto del gallo “Matías”, ave extraña como su dueño, el viejo Hipólito, varón amargado y bastante gruñón. Tenía una mirada repulsiva, tanta que observarle fijamente a los ojos te hacía ver las puertas del infierno en todo su esplendor...
Con mis amigos, los pocos que vivían en este pueblo, solíamos jugar mientras la oportunidad se nos presentaba; lastimosamente eran tan pocas que parecíamos más extraños que vecinos. Además, el trabajo era duro y fastidioso. ¡Ahhh!... Me parece no haberte mencionado mi nombre. Soy Pedro, castigaad…
_ ¡¡¡Pedro!!! ¿Por dónde caminas muchacho, que te busco y no te encuentro?
…Ohhhh es mi tía Jacinta, se hizo cargo de mí cuando apenas rozaba los cuatro años, después de perder a mis padres por culpa de una rara enfermedad. Las malas lenguas dicen que la trajo el viejo Hipólito de sus muchos viajes por el Caribe. Dicen ¡brujería! No lo sé…
_ Perdóneme tía, estoy aquí cerca de usted.
_ Eres un holgazán de primera, haberme hecho cargo de ti fue mi maldición ¿Por qué no te llevarían tus padres? Ve a casa de Doña Matilde y dale este recado.
_ Muy bien tía, pero no me regañe.
_ Va, Va, Va…
Para ir a donde vivía la mencionada doña Matilde debía caminar unos cuantos kilómetros. Este no sería el problema, lo peor era pasar enfrente del domicilio de ese… viejo Hipólito y del cementerio, los cuales colindaban uno con otro. No era la primera vez que me mandaba la tía a casa de la vieja Matilde; intuyo que lo hacía, aunque no hubiese motivo alguno para atormentarme, ya qué sabía mi temor hacia aquel personaje y aquel lugar. Dicho cementerio, cuentan los veteranos, fue construido sobre los cimientos de una antigua construcción romana.
De mis tristes recuerdos…vi enterrar a mis padres. No entiendo que corazón ruin pudo permitir mi presencia ese día. Con apenas escasos años, comprender las escenas vividas aquel instante era casi inimaginable.
Lo único bonito de aquellos recados era hartarme de dulces y leer algunas revistas que ofrecían un mundo fascinante de lujo, poder; cosas improbables para mi condición. Soñaba con poseerlo todo, pero mis sueños eran pasajeros. Una vez me di cuenta que la noche envolvía el cielo de múltiples mixturas de sábanas negras que sumían al día en una absoluta oscuridad. Sentía ahogarme cual niño indefenso mirando a su madre como lo sumergía para acabar con su triste desesperación. Atine solo a coger la última galleta servida en un plato hondo junto a la mesa y corrí tan deprisa como pude. Ni cerré la puerta, ni me despedí. Cerca del cementerio una gélida brisa me abrazó erizando los vellos rubios de mi piel. A pesar de sentir pasos tras de mí, la mente y el cuerpo los tenía fijos en mi ruta tratando de llegar lo más rápido posible a mi destino. Mi hogar. Luchaba por no mirar atrás, pero no pude y gire tan solo un momento la cabeza sin dejar de correr. De repente, al volver la mirada adelante, sentí golpearme con un árbol tan robusto como el pino sembrado hace muchos años en casa de mi tía; al reaccionar fue enorme mi sorpresa, al tener frente a mí al viejo Hipólito de pie, junto a su gallo. Ambos me miraron inmutables con aquellos ojos ardientes que quemaban mi alma y me hacían bañar en un mar frio de sudor extremo.
_ ¿Qué quiere? Le dije tomando valor
_ De ti tal vez algo o tal vez nada. Te gustaría poseer tantas cosas… ¿Verdad?Dijo aspirando el aire del entorno. Siento dentro de tu ser que serías capaz de cualquier cosa por tener una vida distinta a esta…Uhmmm…Te propongo un trato: ven un día para charlar y así veré si eres digno de conseguirlo. Claro está, solo cuando tú lo desees.
_ Lo pensaré…Contesté
Rodeándole por un costado seguí corriendo, esta vez más raudamente. Las palabras del viejo Hipólito corroían mi ser, tanto que los escuchaba en cada latido de mi corazón. Era el comienzo de una larga historia…Ya te lo contaré más adelante.
¿Sabes? Antes de seguir me gustaría preguntarte: ¿Serías capaz de ir a casa del viejo Hipólito?... ¡No me lo digas! Déjalo en secreto para los demás, pues yo sé tú respuesta. Te preguntaras cómo... Jajaja Lo sé todo; se de tí tus debilidades y lo que piensas cuando estás leyéndome.
Pero volvamos a lo nuestro.
Durante los siguientes días, mi cuerpo anhelaba visitar al viejo e iba consumiendo mi mente cual fastidioso eco de una llave estropeada que gota a gota martilla vuestro cerebro. Al final sobrevino lo que tenía que acaecer...
Una tarde salí, como de costumbre, de casa de doña Matilde sin el temor habitual, decidido a presentarme en casa del viejo Hipólito. Frente a ella me arme de valor e intente tocar la puerta; mi asombro fue enorme al ver aquella entrada abrirse lentamente ante mis ojos y advertir la presencia de aquella figura casi fantasmal, de aquel personaje que tanto pavor me suscitaba. Por momentos sentí temor, pero después de unos minutos era como saludar a un amigo de toda la vida…
_ Sabía que vendrías. Comentó; sígueme, muchacho, ten cuidado con mi Matías, no le gustan las visitas, aunque tú eres una visita especial.
Verdaderamente si la casa por fuera daba miedo, por dentro parecía ser habitada por la abuela más dulce del mundo. Estaba todo ordenado. Una encantadora chimenea daba un toque de calor a un amplio salón adornado con variadas imágenes extravagantes: aves y cabezas de animales salvajes expuestas como trofeos daban la bienvenida al visitante. La pieza que más me extraño fue un Ataúd hecho tal vez por un gran artesano, finamente tallado a tamaño real, ubicado detrás de una vitrina de cristal. Absorto con lo visto, reaccioné luego de notar el aliento a ajo del viejo sobre mis hombros…
_ Fantástico, maravilloso, ¿Verdad? Pregunto. Voy a ofrecerte la oportunidad de obtener todo lo que anhelas.
_ ¿Y a cambio de qué? ¿Hay algo para dar por lo que me ofreces? Refuté
_ Eso lo sabrás con el tiempo; por el momento solo debes pensar que poseerás muchas cosas.
No me parecía algo lógico pero resolví seguir adelante. Estaba embelesado, fuera de este mundo…
_ ¿Qué tengo que hacer? Pregunté con ansia
_ Este domingo habrá luna llena. Al estar en su máximo esplendor vendrás hacia mí, arrastraras aquel Ataúd hasta la parte norte del cementerio; ahí encontraras una fosa a la medida y con esta daga te harás una incisión en la palma de tu mano derecha, rociaras con tu sangre dentro de la fosa y cerraras tus ojos pensando que ahí enterrado quedara tu pasado…Cúmplelo para que empieces a disfrutar de todos tus deseos pues estos se harán realidad.
Estimulado por todo lo referido, ni siquiera volví a preguntar por el precio que debía de pagar. Lo único que avivaba mi mente mientras regresaba a casa era que llegara pronto el domingo…
Aquel domingo amaneció más frio de lo habitual. Deseaba con loca pasión que las horas corrieran deprisa. Se fue la mañana, llegó la tarde y al anochecer una luna radiante iluminaba de una manera especial-pensaba muy contento-. Con mucho cuidado salí de casa sin que la tía lo notase y marche rumbo a una cita con la providencia. Frente a la casa del viejo Hipólito el Ataúd me esperaba; se hallaba atado a unas cuerdas de tal manera que se hacía más fácil transportarlo; Así mismo cogí la daga y la puse dentro de la parte superior de mis medias, con la punta fijada hacia mi rodilla. Pude observar que el viejo me vigilaba sin decirme palabra alguna. Y así me encamine. Mis huellas se borraban al paso de mi carga. No me fue difícil llagar hasta mi destino. La fosa estaba perfectamente preparada para colocar sin más el ataúd. Una vez todo en su lugar me apresuré con el ritual haciéndome un corte con la daga en la palma de mi mano. La sangre brotaba lentamente y rocié con ella el agujero; cerré los ojos y enterré mi pasado con el pensamiento. Así lo hice…
De ahí mi vida cambió radicalmente. Escape de aquel mísero pueblo. Disfrute la vida ¡Mujeres! ¡Dinero! Lo único extraño durante ese hermoso tiempo eran unos sueños que me acompañaban todas las noches: me sentía atrapado entre cuatro paredes y miraba por una ventana el cielo casi gris. Nunca busqué un significado a esto; total, eran simples sueños.
Los años pasaron y recibí una carta sin remitente; en ella se refería a la muerte del viejo Hipólito. Era una invitación para estar presente en su entierro. Pensé: ¿Por qué no ir?; él fue el artífice de mi suerte. Y así lo hice. Viaje lo más rápido posible desde la gran ciudad donde vivía hasta el pequeño pueblo donde nací.
De vuelta, miraba como el tiempo se detuvo. Era todo extraño, con muchas caras nuevas los viejos y amigos no estaban. En mi hogar la tía había fallecido unos meses después de mi partida, algunos dijeron de tristeza; en fin, nunca pregunté por ella ni me importaba, hasta la vieja Matilde estaba muerta; de mis amigos, dicen que marcharon a buscar fortuna a otros lugares y nunca más volvieron. Eso ni me importa…
El sonar de las campanas invitaba a la gente a la ceremonia. El sacerdote y unas cuantas personas acompañaban el ataúd del viejo. El gallo Matías observaba el cortejo de su amo postrado en un pequeño arbusto cerca de unos antiguos sepulcros magullados por el paso ingrato del tiempo. Al pasar cerca del ave sentí desfallecer; mis piernas no respondían, un sudor frio rodeaba mi cuerpo. Cerré los ojos y la respiración se torno más complicada; no podía mover un solo músculo de mi cuerpo. Trate de abrir los ojos y el corazón se me aceleró. Aquellos sueños en cierta forma se hicieron realidad…
¡¡¡ERA YO!!! No lo podía creer ¡¡¡Era yo a quien enterraban!!! Mis sueños, esos malditos sueños no eran más que la pura realidad de un maldecido hombre deseoso de todo aunque vendiera su propia alma…Grite sin que nadie me oyera; me encontraba ahí, no rodeado de cuatro paredes sino de cuatro simples tablas. Al frente no miraba el cielo por una ventana sino por un pequeño cuadro de cristal opaco…
_ ¡¡¡Por favor, sáquenme de aquí, estoy vivo!!! ¿No me escuchan? ¡¡¡DIOS por favor!!!...
De pronto me vi observando por el cristal. Era mi cuerpo pero la mirada no era otra que la del miserable viejo Hipólito. Esa sonrisa extraña…Pude leer en sus labios decirme: “Descansa en paz, querido Pedro” y cerró la ventana. Mi vínculo con el exterior…
El viejo Hipólito siempre fue el dueño de mi cuerpo; desde ese instante que derrame mi sangre sellaba mi destino ¿Cómo pude caer? Ahora entiendo que todo era una farsa, un maldito engaño por desear más de lo que podía aspirar, por vender mi alma a la oscuridad…Es por eso que te digo ¡¡¡a ti!!!: no te dejes engatusar. No será que te entierren como a mí.
En aquel momento una leve lluvia empezó a caer. Oscureció el cielo y dos siluetas salían del cementerio. El ignominioso Hipólito y su perverso compañero Matías, el gallo, se dirigieron por el antiguo sendero a disfrutar de lo que nunca fue mío. Sólo se escuchó una macabra sonrisa en el pueblo y, al final, una simple inscripción en la sepultura…
Descansa en paz hermano HIPÓLITO
“Aquel que hizo realidad sus deseos”
1880-1979
_ ¡¡¡Sáquenme, POR FAVORRRRRRR!!!..............
He deseado entender lo que sucedió. Te explico: hace mucho tiempo disfruté de una vida placentera. ¿¡Qué!? ¿Por qué quiero contarte esto?…Jajajaja. Creo que te hubieras entusiasmado como yo con esta existencia; sobre todo, si nacieras en una tierra de tristeza y miseria. ¿Sabes? Quería comerme el mundo sin importar a qué precio; un precio casi siempre demasiado caro…
Un perfecto día de primavera desperté con el canto del gallo “Matías”, ave extraña como su dueño, el viejo Hipólito, varón amargado y bastante gruñón. Tenía una mirada repulsiva, tanta que observarle fijamente a los ojos te hacía ver las puertas del infierno en todo su esplendor...
Con mis amigos, los pocos que vivían en este pueblo, solíamos jugar mientras la oportunidad se nos presentaba; lastimosamente eran tan pocas que parecíamos más extraños que vecinos. Además, el trabajo era duro y fastidioso. ¡Ahhh!... Me parece no haberte mencionado mi nombre. Soy Pedro, castigaad…
_ ¡¡¡Pedro!!! ¿Por dónde caminas muchacho, que te busco y no te encuentro?
…Ohhhh es mi tía Jacinta, se hizo cargo de mí cuando apenas rozaba los cuatro años, después de perder a mis padres por culpa de una rara enfermedad. Las malas lenguas dicen que la trajo el viejo Hipólito de sus muchos viajes por el Caribe. Dicen ¡brujería! No lo sé…
_ Perdóneme tía, estoy aquí cerca de usted.
_ Eres un holgazán de primera, haberme hecho cargo de ti fue mi maldición ¿Por qué no te llevarían tus padres? Ve a casa de Doña Matilde y dale este recado.
_ Muy bien tía, pero no me regañe.
_ Va, Va, Va…
Para ir a donde vivía la mencionada doña Matilde debía caminar unos cuantos kilómetros. Este no sería el problema, lo peor era pasar enfrente del domicilio de ese… viejo Hipólito y del cementerio, los cuales colindaban uno con otro. No era la primera vez que me mandaba la tía a casa de la vieja Matilde; intuyo que lo hacía, aunque no hubiese motivo alguno para atormentarme, ya qué sabía mi temor hacia aquel personaje y aquel lugar. Dicho cementerio, cuentan los veteranos, fue construido sobre los cimientos de una antigua construcción romana.
De mis tristes recuerdos…vi enterrar a mis padres. No entiendo que corazón ruin pudo permitir mi presencia ese día. Con apenas escasos años, comprender las escenas vividas aquel instante era casi inimaginable.
Lo único bonito de aquellos recados era hartarme de dulces y leer algunas revistas que ofrecían un mundo fascinante de lujo, poder; cosas improbables para mi condición. Soñaba con poseerlo todo, pero mis sueños eran pasajeros. Una vez me di cuenta que la noche envolvía el cielo de múltiples mixturas de sábanas negras que sumían al día en una absoluta oscuridad. Sentía ahogarme cual niño indefenso mirando a su madre como lo sumergía para acabar con su triste desesperación. Atine solo a coger la última galleta servida en un plato hondo junto a la mesa y corrí tan deprisa como pude. Ni cerré la puerta, ni me despedí. Cerca del cementerio una gélida brisa me abrazó erizando los vellos rubios de mi piel. A pesar de sentir pasos tras de mí, la mente y el cuerpo los tenía fijos en mi ruta tratando de llegar lo más rápido posible a mi destino. Mi hogar. Luchaba por no mirar atrás, pero no pude y gire tan solo un momento la cabeza sin dejar de correr. De repente, al volver la mirada adelante, sentí golpearme con un árbol tan robusto como el pino sembrado hace muchos años en casa de mi tía; al reaccionar fue enorme mi sorpresa, al tener frente a mí al viejo Hipólito de pie, junto a su gallo. Ambos me miraron inmutables con aquellos ojos ardientes que quemaban mi alma y me hacían bañar en un mar frio de sudor extremo.
_ ¿Qué quiere? Le dije tomando valor
_ De ti tal vez algo o tal vez nada. Te gustaría poseer tantas cosas… ¿Verdad?Dijo aspirando el aire del entorno. Siento dentro de tu ser que serías capaz de cualquier cosa por tener una vida distinta a esta…Uhmmm…Te propongo un trato: ven un día para charlar y así veré si eres digno de conseguirlo. Claro está, solo cuando tú lo desees.
_ Lo pensaré…Contesté
Rodeándole por un costado seguí corriendo, esta vez más raudamente. Las palabras del viejo Hipólito corroían mi ser, tanto que los escuchaba en cada latido de mi corazón. Era el comienzo de una larga historia…Ya te lo contaré más adelante.
¿Sabes? Antes de seguir me gustaría preguntarte: ¿Serías capaz de ir a casa del viejo Hipólito?... ¡No me lo digas! Déjalo en secreto para los demás, pues yo sé tú respuesta. Te preguntaras cómo... Jajaja Lo sé todo; se de tí tus debilidades y lo que piensas cuando estás leyéndome.
Pero volvamos a lo nuestro.
Durante los siguientes días, mi cuerpo anhelaba visitar al viejo e iba consumiendo mi mente cual fastidioso eco de una llave estropeada que gota a gota martilla vuestro cerebro. Al final sobrevino lo que tenía que acaecer...
Una tarde salí, como de costumbre, de casa de doña Matilde sin el temor habitual, decidido a presentarme en casa del viejo Hipólito. Frente a ella me arme de valor e intente tocar la puerta; mi asombro fue enorme al ver aquella entrada abrirse lentamente ante mis ojos y advertir la presencia de aquella figura casi fantasmal, de aquel personaje que tanto pavor me suscitaba. Por momentos sentí temor, pero después de unos minutos era como saludar a un amigo de toda la vida…
_ Sabía que vendrías. Comentó; sígueme, muchacho, ten cuidado con mi Matías, no le gustan las visitas, aunque tú eres una visita especial.
Verdaderamente si la casa por fuera daba miedo, por dentro parecía ser habitada por la abuela más dulce del mundo. Estaba todo ordenado. Una encantadora chimenea daba un toque de calor a un amplio salón adornado con variadas imágenes extravagantes: aves y cabezas de animales salvajes expuestas como trofeos daban la bienvenida al visitante. La pieza que más me extraño fue un Ataúd hecho tal vez por un gran artesano, finamente tallado a tamaño real, ubicado detrás de una vitrina de cristal. Absorto con lo visto, reaccioné luego de notar el aliento a ajo del viejo sobre mis hombros…
_ Fantástico, maravilloso, ¿Verdad? Pregunto. Voy a ofrecerte la oportunidad de obtener todo lo que anhelas.
_ ¿Y a cambio de qué? ¿Hay algo para dar por lo que me ofreces? Refuté
_ Eso lo sabrás con el tiempo; por el momento solo debes pensar que poseerás muchas cosas.
No me parecía algo lógico pero resolví seguir adelante. Estaba embelesado, fuera de este mundo…
_ ¿Qué tengo que hacer? Pregunté con ansia
_ Este domingo habrá luna llena. Al estar en su máximo esplendor vendrás hacia mí, arrastraras aquel Ataúd hasta la parte norte del cementerio; ahí encontraras una fosa a la medida y con esta daga te harás una incisión en la palma de tu mano derecha, rociaras con tu sangre dentro de la fosa y cerraras tus ojos pensando que ahí enterrado quedara tu pasado…Cúmplelo para que empieces a disfrutar de todos tus deseos pues estos se harán realidad.
Estimulado por todo lo referido, ni siquiera volví a preguntar por el precio que debía de pagar. Lo único que avivaba mi mente mientras regresaba a casa era que llegara pronto el domingo…
Aquel domingo amaneció más frio de lo habitual. Deseaba con loca pasión que las horas corrieran deprisa. Se fue la mañana, llegó la tarde y al anochecer una luna radiante iluminaba de una manera especial-pensaba muy contento-. Con mucho cuidado salí de casa sin que la tía lo notase y marche rumbo a una cita con la providencia. Frente a la casa del viejo Hipólito el Ataúd me esperaba; se hallaba atado a unas cuerdas de tal manera que se hacía más fácil transportarlo; Así mismo cogí la daga y la puse dentro de la parte superior de mis medias, con la punta fijada hacia mi rodilla. Pude observar que el viejo me vigilaba sin decirme palabra alguna. Y así me encamine. Mis huellas se borraban al paso de mi carga. No me fue difícil llagar hasta mi destino. La fosa estaba perfectamente preparada para colocar sin más el ataúd. Una vez todo en su lugar me apresuré con el ritual haciéndome un corte con la daga en la palma de mi mano. La sangre brotaba lentamente y rocié con ella el agujero; cerré los ojos y enterré mi pasado con el pensamiento. Así lo hice…
De ahí mi vida cambió radicalmente. Escape de aquel mísero pueblo. Disfrute la vida ¡Mujeres! ¡Dinero! Lo único extraño durante ese hermoso tiempo eran unos sueños que me acompañaban todas las noches: me sentía atrapado entre cuatro paredes y miraba por una ventana el cielo casi gris. Nunca busqué un significado a esto; total, eran simples sueños.
Los años pasaron y recibí una carta sin remitente; en ella se refería a la muerte del viejo Hipólito. Era una invitación para estar presente en su entierro. Pensé: ¿Por qué no ir?; él fue el artífice de mi suerte. Y así lo hice. Viaje lo más rápido posible desde la gran ciudad donde vivía hasta el pequeño pueblo donde nací.
De vuelta, miraba como el tiempo se detuvo. Era todo extraño, con muchas caras nuevas los viejos y amigos no estaban. En mi hogar la tía había fallecido unos meses después de mi partida, algunos dijeron de tristeza; en fin, nunca pregunté por ella ni me importaba, hasta la vieja Matilde estaba muerta; de mis amigos, dicen que marcharon a buscar fortuna a otros lugares y nunca más volvieron. Eso ni me importa…
El sonar de las campanas invitaba a la gente a la ceremonia. El sacerdote y unas cuantas personas acompañaban el ataúd del viejo. El gallo Matías observaba el cortejo de su amo postrado en un pequeño arbusto cerca de unos antiguos sepulcros magullados por el paso ingrato del tiempo. Al pasar cerca del ave sentí desfallecer; mis piernas no respondían, un sudor frio rodeaba mi cuerpo. Cerré los ojos y la respiración se torno más complicada; no podía mover un solo músculo de mi cuerpo. Trate de abrir los ojos y el corazón se me aceleró. Aquellos sueños en cierta forma se hicieron realidad…
¡¡¡ERA YO!!! No lo podía creer ¡¡¡Era yo a quien enterraban!!! Mis sueños, esos malditos sueños no eran más que la pura realidad de un maldecido hombre deseoso de todo aunque vendiera su propia alma…Grite sin que nadie me oyera; me encontraba ahí, no rodeado de cuatro paredes sino de cuatro simples tablas. Al frente no miraba el cielo por una ventana sino por un pequeño cuadro de cristal opaco…
_ ¡¡¡Por favor, sáquenme de aquí, estoy vivo!!! ¿No me escuchan? ¡¡¡DIOS por favor!!!...
De pronto me vi observando por el cristal. Era mi cuerpo pero la mirada no era otra que la del miserable viejo Hipólito. Esa sonrisa extraña…Pude leer en sus labios decirme: “Descansa en paz, querido Pedro” y cerró la ventana. Mi vínculo con el exterior…
El viejo Hipólito siempre fue el dueño de mi cuerpo; desde ese instante que derrame mi sangre sellaba mi destino ¿Cómo pude caer? Ahora entiendo que todo era una farsa, un maldito engaño por desear más de lo que podía aspirar, por vender mi alma a la oscuridad…Es por eso que te digo ¡¡¡a ti!!!: no te dejes engatusar. No será que te entierren como a mí.
En aquel momento una leve lluvia empezó a caer. Oscureció el cielo y dos siluetas salían del cementerio. El ignominioso Hipólito y su perverso compañero Matías, el gallo, se dirigieron por el antiguo sendero a disfrutar de lo que nunca fue mío. Sólo se escuchó una macabra sonrisa en el pueblo y, al final, una simple inscripción en la sepultura…
Descansa en paz hermano HIPÓLITO
“Aquel que hizo realidad sus deseos”
1880-1979
_ ¡¡¡Sáquenme, POR FAVORRRRRRR!!!..............
JOSÉ VÁSQUEZ (Lápiz Andante)
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