lunes, 21 de junio de 2021

GANADOR DEL PREMIO CLARÍN NOVELA 2020 (Argentina)

 Premio Clarín Novela 2020 para Ignacio S. Arabehety: si la memoria no es tierra firme

Asomados a un pozo, de Ignacio S. Arabehety, fue la obra ganadora. Un diálogo con el autor sobre la pubertad, el recuerdo y la naturaleza imperiosa de las sierras traman el relato.

Ignacio S. Arabehety, ganador del premio Clarin Novela 2020. Foto: Andres D'Elia


Con minuciosidad casi proustiana y una escritura sutil y delicada, Asomados a un pozo, de Ignacio Sancho Arabehety, ganadora del Premio Clarín Novela, se zambulle en el territorio evanescente de la memoria adolescente, para narrar ese momento inestable de transición entre la niñez y la pubertad, una edad en que los juegos infantiles comienzan a cargarse de deseo aunque sus participantes no sepan con claridad qué les está sucediendo.

Con minuciosidad casi proustiana y una escritura sutil y delicada, Asomados a un pozo, de Ignacio Sancho Arabehety, ganadora del Premio Clarín Novela, se zambulle en el territorio evanescente de la memoria adolescente, para narrar ese momento inestable de transición entre la niñez y la pubertad, una edad en que los juegos infantiles comienzan a cargarse de deseo aunque sus participantes no sepan con claridad qué les está sucediendo.

Nacido en Alta Gracia, Córdoba, en 1966, Ignacio Sancho Arabehety es gran lector de la literatura latinoamericana del boom y el postboom y un fervoroso admirador de Borges. Era un escritor circunstancial, con varios cuentos, algunos a medio escribir, hasta que el proyecto de esta novela le permitió dar constancia e impulso a su escritura.

Es un abogado que hace 18 años se especializó en propiedad intelectual y tiene una consultora junto con su esposa sobre cuestiones relacionadas con marcas y patentes. Paralelamente a la escritura de la novela, hizo dos talleres, con Marianne Costa Picazo y con Osvaldo Becker. “En el taller de Marianne, se trabaja con consignas, mientras en el de Osvaldo se corrige. Yo aprovechaba los dos talleres, llevaba y traía de uno al otro, corrigiendo lo que avanzaba. También les pedí que leyeran la novela, tenía una inseguridad absoluta. Ellos me impulsaron a presentarme. Tengo varios proyectos en curso pero espero tener un convencimiento fuerte sobre cuál encararé ahora”.

En Asomados a un pozo, a partir de imágenes que recurren en el recuerdo, el narrador, ya adulto, se entrega a la rememoración de sus primeros años en una casona en las sierras de Córdoba, su vida de hijo único en medio del campo, con sus padres y los perros que ellos crían, un territorio de dominio y felicidad sin límites que la iniciación escolar interrumpe.

En el colegio se produce el encuentro con Helena Cornú, una compañera que lo agrede de manera muy violenta e inexplicable, que lo provoca incesantemente. Pocos años después, se reencuentra con Helena y su hermana Pilar porque sus madres se han hecho amigas. De la vieja rivalidad parecen no quedar rastros, las invitan a la casona del campo y esa semana dorada de juegos, expediciones y descubrimientos será el corazón del relato.

Sin embargo, en contrapunto con esta narración de la felicidad, la novela se complejiza en un segundo narrador, una voz claramente distinta, tensa y obsesiva; es un personaje oscuro, que vive de hotel en hotel, con el peso de una infancia signada por la pérdida y el desarraigo de la guerra.

Tenues puntos de contacto entre un relato y otro, ciertos hechos que no terminan de aclararse, mantienen al lector expectante, en la sospecha de que estos dos narradores podrían, en realidad, coincidir.

Hacia el final, un caso de abuso infantil ensombrece inevitablemente la novela, que navega magistralmente esos claroscuros y logra reunir los distintos indicios diseminados en el relato, dando al desenlace una vuelta de tuerca sorprendente.

–Tu novela postula, a la manera de Proust, que en la memoria está todo, que la remembranza es una fuente de narración infinita. Pero también advierte que “evocar es necesariamente inventar”, que “sucesos, sueños y deducciones, personas desvaídas y fantasmas se entremezclan y no vale la pena deshacer la madeja”. Desde esa advertencia inicial, los hechos quedan en una ambigüedad deliberada y abren la puerta a la ficción. ¿Partiste de esa idea de maleabilidad del recuerdo o llegaste a ella a consecuencia de la escritura de la novela?

–Fue llegar a partir de mi primer intento de hacer una crónica más detallada de los recuerdos que tenía sobre el evento particular que cuenta la novela. Y abandonarla rápidamente al darme cuenta de que era algo imposible. Por más que uno se proponga una crónica detallada, va a terminar inventando porque aun lo que uno recuerda y cree que es veraz, no lo es. Por lo tanto, plantearse contar la verdad es un objetivo inalcanzable. Me dí cuenta de los muchos baches del recuerdo. La memoria fidedigna no existe, el mismo hecho visto por dos personas o por una misma persona a lo largo del tiempo va a ser relatado de manera diferente. Soy abogado de profesión y he estado en audiencias de testigos; es sorprendente cómo dos testigos que narran un accidente lo hacen de manera distinta y no es de mala fe; se acuerdan de distintas cosas. Hay mucho de ambigüedad en la novela, como hay también algo agridulce. Me gusta trabajar en eso, que nada sea tremendamente dramático ni tremendamente alegre.

–Además, la incerteza del recuerdo es un ingrediente vital de la trama. La complejidad de la novela se apoya en esa cualidad inestable.

–Sí, es una vuelta más. Esta cuestión de la ambigüedad se resalta al principio, después parece ir perdiéndose, y al final vuelve con más fuerza, recordándole al lector: ojo, que dijimos que no era una historia fidedigna, puede fallar, puede haber cosas radicalmente diferentes. Al punto de que nos hace revisar la idea que uno tenía de la historia.

–Es un texto con luces y sombras. Del lado de la luz, se recorta muy nítidamente un espacio, la casona familiar en las sierras de Córdoba y su entorno. Un espacio ligado a los afectos y las exploraciones infantiles. Un caserón de aires aristocráticos, que produce orgullo en el narrador que está en el centro de ese mundo e inventa anécdotas nobiliarias para satisfacer a su auditorio. Por la precisión y la carga afectiva de las descripciones, parece un espacio muy cercano.

–Sí, es así, es una casa que todavía tenemos en mi familia, y tiene una carga emotiva muy grande. Mi idea fue darle un poco de personalidad, que fuera medio aristocrática, algo discordante con el campo donde está ubicada. En ese juego, quise dar a la casa la impronta de la familia, si bien mis padres se habían ido a vivir al campo en Córdoba, voluntariamente, ellos eran porteños y siempre tenían que marcar una diferencia. Los cordobeses eran para ellos muy provincianos, nada cosmopolitas. Y yo tenía la camiseta cordobesa puesta, me molestaban esos comentarios. Esa tensión entre la casa y el entorno era la tensión entre mis padres y la sociedad cordobesa, yo estaba en el medio de ese tironeo.

–Da la idea de un lugar vastísimo, quizás agrandado por la percepción infantil, lleno de habitaciones enormes y vacías, y ese niño solo en el centro de ese mundo, esperando que lleguen invitados y añorándolos apenas se van. Como en esta descripción: “Los invitados tenían la mala costumbre de volver a sus hogares los domingos por la tarde. Sus ausencias remoloneaban por las galerías calladas, las sillas vacantes, las camas de tibieza evanescente, las habitaciones quejumbrosas que volvíamos a cerrar como si pudiéramos atrapar aquellos fantasmas hasta la próxima vez”. Esas presencias quedan allí, como una reminiscencia.

–Es bastante literal... Cuando venían visitas y se iban, ese momento era trágico; me quedaba solo con todo ese espacio vacío y desaprovechado, tenía la sensación de que esas habitaciones se iban secando, muriendo, al estar deshabitadas. Todo esto resurgió hace cuatro años cuando murió mi madre. Antes, al menos ella estaba allí, con sus perros. Pero después, sentí que la casa era un lugar del que había que ocuparse, como si fuera una persona. De ahí surgió la idea de darle protagonismo. Y esa sensación de soledad que deja la casa deshabitada, que describo en ese fragmento, es la que sentí también después de la muerte de mi madre.

–¿La muerte de tu madre coincide con el comienzo de la escritura de la novela?

–Unos meses después de su muerte, arranqué la escritura de la novela. Apareció de golpe un recuerdo que no había tenido en muchísimo años, con mucho detalle, las caras de estas chicas como en fotitos blanco y negro, como de álbum. De ahí, empezar a preguntarme por ellas y por la motivación de Helena, que tenía esa agresividad, esa cosa jodida, de dónde venía eso. Esa pregunta dispara conjeturas y marca el rumbo de la novela.

–En la narración de la vida escolar se cruzan escenas en las que Helena, a los 6 años, persigue y agrede al narrador. Son fogonazos de recuerdos que parecen apenas iniciada la novela, algo que me pareció un acierto, porque no demora en entrar en tema.

–Me alegro. Son cosas que fui modificando y, en este caso, anticipando, pero la explicación, la respuesta a esa pregunta aparece recién bien al final. Como escritor inexperto, arranqué a escribir sin saber adónde iba, pero cuando la historia va tomando un rumbo y la vas llevando hacia un final, tenés que volver atrás y reconstruir todo, porque encontrás millones de líneas que no se dirigen a ningún lado y otras que quedaron poco consistentes y son las que realmente llegaron hasta el final. Tenés que volver atrás, tachar y agregar, y ese trabajo te lo va marcando el desarrollo de la novela.

–Paralelamente a este relato, aparece otra voz narrativa, muy diferente de la anterior, aunque al lector lo inquieta la sospecha de que ambos narradores pueden llegar a coincidir, de una manera patológica. El perfil sombrío de este segundo narrador, su personalidad obsesiva, se traducen de manera impecable a través de esa voz. ¿Estaba esta voz en el proyecto inicial de la novela?

–No, cuando empecé a escribir me fui dando cuenta de que necesitaba un contrapunto porque resultaba demasiado almibarada. Le faltaba oscuridad. Pensé en ir a otro mundo. Durante el desarrollo de este personaje uno está esperando que haga algo reprochable. Vemos que tuvo una infancia difícil; a diferencia del otro narrador, este se quedó sin casa, sin país, sin nada. Y en contrase a la casa que abriga al primer personaje, este circula por hoteles anónimos, sin establecer verdaderos vínculos con los demás. Él queda fijado en una temprana edad, en la desaparición de su amiga de infancia. Ese es el momento al que vuelve, al que regresa en sus ensoñaciones, el punto en que se interrumpió ese desarrollo del deseo. Sólo que es un señor mayor el que vuelve a ese punto. Está viviendo lo mismo que el otro pero en otro momento de la vida. Lo que en el otro inspira ternura aquí resulta terrible.

–La novela plantea el contraste entre una infancia ideal y una infancia amenazada.

–Sí, no sé si es tan claro el contraste porque la infancia ideal tiene sus bemoles, sus perturbaciones. A este personaje sus amigas lo llevan para donde se les da la gana.

–Son juegos de poder. La chica es agresiva y él interpreta todo en términos de rivalidad.

–Lleva todo al plano de la agresividad física, está pendiente de cuándo se dará el momento de la pelea.

–Esa violencia también tiene una carga erótica, los personajes está en una edad de despertar sexual. Es interesante cómo se va revelando lo erótico con estos deslizamientos, de manera muy sutil.

–Me encanta que lo hayas leído de esa forma porque es así. La idea de que todas estas fantasías de violencia, en el fondo tienen connotaciones sexuales, aun cuando son muy chicos, él imagina que le hace una toma de yudo, por ejemplo, todo esto tiene una connotación erótica pero incomprendida por ellos mismos. Los roces accidentales, la piel y todo lo que dispara eso. Lo que más temía era que este tipo de cosas pasaran de largo por ser demasiado sutiles, ese es el riesgo cuando pretendés no ser demasiado explícito.

–El personaje es también muy fantasioso. La necesidad de sorprender a las chicas llega al extremo de pensar que puede levitar.

–¡Está en estado de historieta! Él está convencido de que puede hacerlo y el adulto que narra, también. No quería caer en algo al estilo del realismo mágico, eso es parte de una convicción del personaje. En el fondo tiene que ver con qué recursos cuenta el personaje a esa edad para jugar en esa relación.

–La fuerza de la naturaleza cordobesa también está muy presente. El episodio trágico en que muere un turista arrastrado por el río, que es una experiencia compartida por los tres púberes, es un episodio que anticipa, de alguna manera la oscuridad del final.

–Es algo muy del lugar esa cosa tramposa que tiene el río, esa calma que termina en violencia, de golpe. Encuentro una relación con el paso a la adolescencia. La creciente tiene una fuerza que arremete contra todo, casi como una eyaculación. Después de escribirla, me dí cuenta de que todas las escenas que tienen que ver con lo sexual suceden en proximidad con el agua.

–Tu estilo tiene una soltura y, por momentos, un refinamiento que parece propia de un escritor maduro. Eso decidió el fallo de los Jurados, diría. ¿Cuál fue tu recorrido anterior hasta llegar a esta novela?

–Siempre escribí algunos cuentos, nunca con periodicidad, los escribía, los dejaba, los retomaba. Dependía del ánimo, de la situación, se tenían que alinear un montón de planetas. Pero el deseo de escribir siempre estuvo. Recién estos últimos años pude poner foco en la escritura. Tengo muchos relatos inconclusos, terminar la novela fue muy importante. Fue bueno darle su tiempo, dejarla macerar.

Alejandra Rodríguez Ballester es uno de los jurados de preselección que evalúa los manuscritos enviados bajo seudónimo. A diferencia del calendario tradicional del Premio Clarín Novela, Asomados a un pozo será publicada durante la Feria del Libro 2021.



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