Nuria Barrios: "No hay ninguna voluntad política de erradicar la droga"
Nuria Barrios muestra en la novela 'Todo arde' "el cinismo" de la sociedad ante los poblados chabolistas, "una copia actualizada del Hades"
Nuria Barrios.
«En Todo arde nada está decidido y todo puede suceder. Cualquier cosa puede ocurrir en el momento más inesperado. Todos son víctimas y todos pueden ser héroes». Así expone Nuria Barrios su nueva propuesta, su abanico impreciso y abisal.
La novela Todo arde (Alfaguara) traza, entre la ternura y algo que puede recordar a las pinturas negras de Goya, el desgarro de la droga que ahoga a una familia de hoy en un Madrid reconocible, pero que puede ser Glasgow o Estambul.
«Tuve la súbita intuición de que los poblados chabolistas de venta de droga son una copia actualizada del Hades, el lugar a donde iban los muertos en la mitología griega. Y supe que ese era el escenario donde iba a recrear la odisea de un chico de 16 años que entra una noche en un poblado para rescatar a su hermana», comenta a La Esfera Nuria Barrios, autora también de novelas como El alfabeto de los pájaros y Amores perros y de libros de relatos como Ocho centímetros.
Un encuentro casual y a bocajarro en el aeropuerto de Barajas acerca a Lolo y a su hermana Lena (25) tras meses de ausencia. Juntos se acercarán a una/la Cañada Real. «A los poblados chabolistas acuden jóvenes y ancianos, ricos y pobres, jueces y delincuentes, ejecutivos y riders, banqueros y amas de casa... Es lógico que apareciera una novela que lo contara».
Nuria Barrios sabe de lo que habla. Conoció a una familia que vendía allí y se acercó durante meses, de día o de noche. «Bajo su protección entré en todos los fumaderos».
El libro muestra, con toda su crueldad, escenas que por sabidas no dejan de impresionar. Como una conversación entre el patriarca de un clan gitano y sus lugartenientes. «Nosotros no plantemos la droga: nos la trajieron... Al Gobierno le interesa». ¿? «No hay ninguna voluntad política de erradicar la droga. Es un caso flagrante de cinismo. La policía patrulla los poblados igual que patrulla las calles de los barrios acomodados. La prioridad parece ser mantener un cordón sanitario para que vendedores y drogadictos no molesten y se maten entre ellos. La sociedad condena a los drogadictos por caer tan bajo, pide responsabilidades a personas claramente enfermas, cuando habría que condenar a las Administraciones, que pueden y deben ayudarlos y no lo hacen».
Los intentos de Lolo por persuadir a su hermana son los hilos que cosen la trama pero, entre otras reflexiones, Nuria Barrios desliza la responsabilidad (o no) de los padres que parecen incapaces de enfrentarse a un espanto que los nubla (y los acobarda). Se lee en la novela: «No eran culpables de la situación de Lena, decía la madre. Pero ¿eran inocentes?». ¿Por qué plantear la novela (sobre todo) entre dos hermanos? Nuria Barrios: «La infancia es una prolongación de la placenta, ese tiempo nos marca y crea un vínculo muy fuerte con nuestros hermanos, que estuvieron allí con nosotros. Pero ese vínculo no conlleva una responsabilidad ineludible, una obligación, como sí sucede en el caso de los padres con los hijos. En la relación entre hermanos caben el amor y el odio, y esa ambivalencia resulta literariamente fascinante. El hecho de que Lolo, el chico que entra en el poblado a rescatar a su hermana, pueda plantearse irse o quedarse confiere un valor extraordinario a cada una de sus decisiones».
El libro se desarrolla en menos de un día: ¿por qué?, ¿para que tuviera mayor intensidad? «La noche desdibuja tanto el tiempo como las referencias visuales, y confiere a la novela un carácter onírico, casi febril. La odisea de Lolo se inicia cuando cae la noche y terminará con la primera luz del día. Que todo transcurra en unas horas le da una urgencia que acentúa la tensión y el suspense. El amor juega a favor de Lolo, pero el tiempo corre en su contra». Y esa angustia mantiene en vilo al lector que no puede intuir una salida. O que, mientras avanza en el libro, puede pensar en una y su contraria.Todo arde puede resultar una lectura incómoda. Puede leerse como una metáfora de la cobardía que nos atenaza (o el miedo a enfrentarnos) ante cualquier otra situación. Mejor barrer debajo de la alfombra. Pero la escritora considera lo contrario: «Nos gusta, y mucho, mirar debajo de la alfombra y vislumbrar el cuarto oscuro mientras un escalofrío nos recorre la espalda. Nos gusta la adrenalina que produce el terror, pero por supuesto siempre como público y, por tanto, a salvo. Todo arde es una historia de ficción. Hay algunos detalles muy concretos -el lenguaje, la descripción de los personajes y de algunas de sus rutinas- que dan a la trama una ilusión de realismo. Pero es la fábula la que consigue que la novela vaya más allá de lo concreto y hable de todos nosotros, y nos enfrente a la pregunta de quiénes somos».
Quiénes somos o quiénes no. «¿Tú conocees el síndrome del traje del emperador?», pregunta la madre de los hermanos en el libro. «Alguien miente y los demás aceptan la mentira para no provocar un enfrentamiento».
Una redada de la policía, el desfile de adictos con pantalones caídos o con chófer, «ardientes hileras de las fogatas», gitanas con los cordones umbilicales de sus hijos bañados en oro, los Culata y los Tiznaos, caravanas y chabolas de cartones, maldiciones («¡mal cáncer te coma el pijo!»), estancias que a la vez son cocina, comedor, dormitorio y despacho de venta, detalles de cómo torturar a un perro para convertirlo en una fiera para que compita en peleas («le darán anfetamines para que se enganche y luego se las quitarán de golpe, lo dejarán sin comer durante días...»)...
Nuria Barrios, que ha estado enredada últimamente entre libros de Kallifatides, Irene Vallejo, Chantal Maillard y Jorge Villalobos, mira con ternura a varios gitanos entre el fuego y la nostalgia de la trashumancia de otros tiempos. «Todas las sociedades tienden a estigmatizar al diferente. Su impulso primero es destruirlo y, cuando no es posible, lo relegan a un margen. Siempre me ha fascinado el esfuerzo de las minorías para mantener su manera de ver el mundo, de vivir, de expresarse. Y me resulta muy inquietante nuestra prodigiosa capacidad para no ver lo visible, esa sofisticada y despiadada ceguera».
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